Ángeles Palacio

 

Psicóloga - Psicoanalista 646 35 65 43

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El neurótico es un enfermo que se cura con la palabra,
y sobre todo con su propia palabra J. Lacan 1974

Dom, 14/12/2014

TRANSMISIÓN DE LO TRAUMÁTICO EN LAS SIGUIENTES GENERACIONES

“Los padres comieron uvas agraces y los hijos sufrieron la dentera”

(Jeremías 31, 29)

 Este artículo pretende abrir un espacio para poder pensar algunos efectos, a veces traumáticos, en las personas que vivieron la guerra civil española, la posterior dictadura, así como la transmisión a las generaciones posteriores, tanto en la dimensión social como en la dimensión personal. Estamos interesados en evidenciar algunas manifestaciones de la vida personal, política, social, cultural actual y lanzar ciertos anzuelos de conexión con lo acontecido en la historia reciente del siglo XX.

Pensamos que el contexto social es influyente en la realidad psíquica de cada persona. Los acontecimientos ocurridos en Europa enla II GuerraMundial y en España como consecuencia de la sublevación militar, y la posterior dictadura de casi cuarenta años de duración, impusieron un marco sociopolítico, que ineludiblemente tuvo efectos en las personas, que fueron nuestros abuelos, padres y también en nosotros a fecha de hoy.

Nuestro interés por hacer memoria de lo vivido, contado, y transmitido no puede entenderse como una cuestión de moda sino como un intento de acercarse a lo no entendido, no conocido, no dicho, no significado ocurrido en aquel y este nuestro tiempo y a la necesidad del ser humano de dar sentido. Para cercar quienes somos hoy cada uno de nosotros y  acercarnos a entender lo que ocurre en nuestro país, se hace imprescindible tender puentes a nuestra historia más cercana.

 Creemos firmemente en la importancia de no concentrarnos sólo en el presente, en la importancia de hacer memoria y en la de no devaluar las reconstrucciones tanto colectivas como personales, porque son imprescindibles, para no caer en las conspiraciones que trae el silencio de los años pasados y que conllevan el riesgo de ser volcadas en el futuro.

 Apoyándonos en un antiguo adagio que dice “Si no conocemos la historia corremos el riesgo de repetirla”, nos permitimos hacer el siguiente matiz, que si bien  es imposible repetirla exactamente, porque siempre habrá circunstancias sociales y políticas diferentes, sí que nos permitirá estar más advertidos sobre el futuro y permitir que la historia tanto oral como escrita sea una maestra, que nos enseñe a leer mejor la realidad actual y ciertas tendencias posibles de futuro.

En esta línea Freud al hablar del modo en que se forma la conciencia moral y de su importancia para comprender la conducta social nos dice “…el superyó del niño no se edifica en verdad según el modelo de sus progenitores, sino según el superyó de ellos; se llena con el mismo contenido, deviene portador de la tradición, de todas las valoraciones perdurables que se han reproducido por ese camino a lo largo de las generaciones…. Es probable que las concepciones de la historia llamadas materialistas pequen por subestimar este factor. Los despachan señalando que las ‹ideologías› de los hombres no son más que un resultado y una superestructura de sus relaciones económicas actuales. Eso es verdad, pero muy probablemente no sea toda la verdad. La humanidad nunca vive por completo en el presente; en las ideologías del superyó perviven el pasado, la tradición de la raza y el pueblo, que sólo poco a poco ceden a los influjos del presente, a los nuevos cambios; y en tanto ese pasado opera a través del superyó, desempeña en la vida humana un papel poderoso, independiente de las relaciones económicas”[1].

Por lo tanto, hay una pretensión de articular lo subjetivo con el entorno social y político, hacer puente entre las personas y su entorno, sabiendo de la dificultad que implica y del riesgo de caer en simplificaciones al vincular las huellas particulares con los procesos sociales.     

Uno de los temas que aquí me ocupa es la transmisión. Podemos hablar de muchos modos de transmisión y de cómo se han ido relatando los acontecimientos ocurridos en España durante la guerra y postguerra.

 Hay un relato oficial de lo ocurrido que fue la que estudiamos en los libros de Historia, la cual está siendo reformulada por nuevas investigaciones de los historiadores. También el cine nos muestra ejemplos de relatos de lo ocurrido y podemos ver, como este momento histórico había sido mostrado en las películas de la época y en la actualidad.

 Podríamos decir, sin equivocarnos,  que hay tantas memorias sobre lo ocurrido como sujetos. De tal manera que los testimonios podemos leerlos como un modo de resistencia, de defensa de lo propio, una manera de ser sujetos frente al discurso oficial. Algunas personas se quedaron en España y vivieron su particular exilio interior, otras vivieron en países extranjeros y decidieron volver en algún momento.

Cada uno tiene su particular relato de lo acontecido, de lo vivido. Y cada cual desde su individualidad lo ha transmitido a los que estaban a su alrededor y especialmente a su descendencia.

 

Nos parece muy acertada la descripción de Mirta Goldstein cuando dice que la memoria es “una operación del sujeto, y, al mismo tiempo, el compromiso de renunciar a armar un rompecabezas con todas la figuras bien dispuestas, renunciar a una forma donde nada falte… De esa renuncia surge el deseo de legar a los hijos los claroscuros por donde se filtren los contrastes y divergencias que la verdad acarrea. La verdad se semi-dice (Lacan) pues requiere de un velo y de un duelo”[2].

Se hace necesaria la experiencia de duelo, de elaborar, de renunciar a decirlo todo, a callarlo todo, a saberlo todo. Un duelo que es necesario que todos hagan, no solo los que se quedaron en la posición de víctimas sino también los que quedaron en posición de victimarios y también de los que no se sitúan en ninguno de estos lugares. Sabemos que el inconsciente no entiende ni de tiempo, ni de la necesidad de hacer el duelo, pero sí apreciamos los efectos que la ausencia de estos duelos generan en las generaciones posteriores y que veremos más adelante.

Pensamos que una de las dificultades para llevar a cabo el duelo en nuestro país, sin atender a sí su posición es la de víctimas o victimarios, es la ausencia de reconocimiento y sanción pública de lo acontecido.

Si bien las huellas psíquicas son personales, cada sujeto es el único que podrá dar cuenta de ellas y será a través de su palabra y sus silencios donde podamos escuchar cómo fueron vividos los acontecimientos, y qué tipo de huella han dejado en su psiquismo. Estas huellas personales podrán manifestarse de distintas maneras, estarán accesibles a la conciencia y las personas podrán decir algo sobre ellas aunque no sepan muy bien de dónde les vienen, ni por qué piensan tales cosas, y por qué ciertas cuestiones forman parte de sus valores y las defienden y en cambio otras provocan reacciones de repulsa y rechazo. Basta comprobar la dificultad de poder hablar de política en este país con alguien que no comparte nuestras ideas y como enseguida aparece algo visceral –algo que sale de las tripas- y comprobamos como nuestros mayores, cuando se les pregunta sobre la guerra civil, la posguerra, hablan con tal pasión que pareciera  que rejuvenecieran momentáneamente.

Hablar de lo traumático no nos resulta fácil. Las razones pueden ser muchas, pero hay una que se nos impone y es por la esencia misma del significado de la palabra trauma y sus ramificaciones personales y sociales. Comencemos por intentar delimitar el concepto.

Vulgarmente podemos definir lo traumático como aquello que nos ocurre cuando quedamos expuestos a un suceso que nos desborda, el acontecimiento nos supera, nos sentimos sobrepasados por una situación que no esperábamos, y para lo que nuestro psiquismo no estaba preparado, y que con su irrupción en nuestra vida provocan el horror y tienen como consecuencia que somos incapaces de gestionarlos, y adquieren por ello el carácter de acontecimientos traumatizantes.

 Pero ¿cómo funciona lo traumático en nuestro psiquismo?

Lacan nos dice en el Seminario 1 “el trauma, en tanto cumple una acción represora, interviene a posteriori, après coup. En ese momento, algo se desprende del sujeto en el mundo simbólico mismo que está integrado. A partir de entonces esto ya no será algo del sujeto. El sujeto ya no hablará más de ello, ya no lo integrará. No obstante, esto permanece ahí, en alguna parte, hablado, si podemos decirlo así, a través de algo que el sujeto no domina. Será el primer núcleo de lo que luego habrán de llamarse sus síntomas”[3].

Lo traumático se caracteriza por la repetición, así en los excombatientes de guerra, Freud se sorprendía de la repetición en los sueños de los sucesos dañinos a los que se habían visto confrontados. Será entonces los efectos que a posteriori tendrá el trauma, los que darán cuenta de que hubo algo traumático.

Esta repetición es una manera de intentar elaborar una y otra vez, eso que ha ocurrido; al igual que el niño repite y repite: juegos, fragmentos de cuentos infantiles, hasta que consigue simbolizar algo que se le resiste.

Esta parte que el sujeto no habla, no domina, no tiene conciencia de ella, pero que opera a pesar del sujeto será también transmitida a otras generaciones. Y lo hará a través de palabras, porque lo reprimido no es el afecto sino lo que representa una idea. Los pensamientos, las ideas, las palabras significantes que no han entrado a formar parte de los pensamientos o palabras de alguien, son los responsables de los síntomas en el cuerpo.  

 En las siguientes generaciones aparecerá como algo que no tiene respuesta, impensable, sobrevenido, inarticulado, pero esto a lo que se confronta está en conexión con lo ocurrido en la generación anterior, que no pudo transmitir mediante la palabra y que genera por lo tanto la transmisión traumática.

Una expresión de lo traumático es el silencio. El silencio con el que volvieron de la guerra nuestros mayores y que era un no hablar sobre lo vivido.

Pero este silencio puede ser pensado de muchas maneras, un deseo de seguir viviendo que les obligaba a olvidar las experiencias vividas, se trataba de intentar distanciarse con ese acontecimiento que era difícil de contar. También el silencio era una manera en muchas ocasiones de proteger a los cercanos, a los amados, además muchos de ellos se preguntaban quien podría creerlos si contaran lo que habían visto, olido, escuchado, hecho. ¿Cómo hablar de la fascinación y la repugnancia en que estaban imbricados los recuerdos? También estaba el silencio impuesto por el sistema dictatorial que exigía fidelidad, que no admitía disidencias y que vigilaba muy de cerca a los que no comulgaban con las ideas y la ideología impuesta. Estos silencios podríamos clasificarlos de intencionados, hay una cierta decisión por parte de las personas a olvidar, silenciar, no hablar. 

 Y hay otro silencio mucho más perturbador que es el que se produce por la imposibilidad de decir sobre el horror. Es el silencio que muestra que la palabra es limitada, que por mucho que se intente forzarla no puede dar cuenta de todo lo ocurrido, que no todo puede ser dicho. Son esos silencios que tienen efectos en las personas sin que ellas puedan dar cuenta de ellos y que tan bien expresan autores como Theodor Adorno al decir que “No hay poesía después de Auschwitz”.

Nos resulta imprescindible hablar del lenguaje y del lugar que ocupan las personas en las dictaduras para poder entender los efectos de éstas en la mente de los que las vivieron, y también de las generaciones siguientes.

Somos seres de lenguaje y es el lenguaje el que nos introduce en la humanidad y en la cultura. El lenguaje nos preexiste, nos marca, nos da un lugar en la vida. Antes de hablar somos hablados por otros. Es necesario para que el ser humano se haga tal, reconozca ese lugar ofrecido y se identifique con el papel y el lenguaje que le es asignado, al menos en los primeros tiempos de su existencia.

Y ese lenguaje que lo marca, lo acoge, no es ajeno al lenguaje de la cultura. Es por esta razón que las palabras, los discursos, los dichos cobran una especial consideración en las dictaduras porque éstas se apoderan de la lengua, la deconstruyen, la resignifican. Por ejemplo, en España los idiomas regionales son prohibidos cuando no sirven a los principios del Estado, se impusieron expresiones del tipo “si eres español, habla español”, “si eres español, habla el idioma del Imperio, o “hable usted en cristiano”. También, por ejemplo, la palabra “huelga” durante le dictadura española deja de aparecer en los medios de comunicación y es sustituida por distintos eufemismos como “anormalidades laborales”, “inasistencias al trabajo”, “ausencias injustificadas”, “paros voluntarios”…

De igual manera, la palabra y la humanidad quedan dañadas tras la experiencia traumática, así entendemos los testimonios de algunos supervivientes del holocausto nazi.

Por ejemplo cuando Robert Antelme, tras salir del campo de concentración comienza a hablar sin parar, no puede parar hasta que escribe el libro La especie humana, donde según lo comentado por su esposa Marguerite Duras nunca más vuelve a hablar de lo vivido en los campos ni del libro, ni del título del libro. También destacamos la experiencia de Paul Célan, que tras el paso por los campos cae en el mutismo, pierde la capacidad para hablar y posteriormente dirá “... la lengua no se perdió a pesar de todo. Pero tuvo que pasar entonces a través de un terrible enmudecimiento, pasar a través de las múltiples tinieblas del discurso mortífero. Pasó a través y no tuvo palabras para lo que sucedió. Pasó a través y pudo volver a la luz del día, “enriquecida” por todo ello”. O Jorge Semprún que necesitará años para poder escribir el relato de lo vivido, se da en él una lucha angustiante entre la necesidad de olvidar para seguir viviendo y que sintetiza en el título de su libro La escritura o la vida. Y como solamente a través de una cierta transformación, de un artificio podrá contar la experiencia de lo ocurrido. Hay una renuncia a la verdad total a favor de una verdad posible y creíble [4].

Las dictaduras proponen un lenguaje populista, orientado a la emoción y no al pensamiento, esto implica una narcotización constante del intelecto y una más fácil manipulación del pueblo.

Nos hacemos eco de Víctor Kemplerer cuando dice “Pero el lenguaje no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él. ¿Y si la lengua culta se ha formado a partir de elementos tóxicos o se ha convertido en portadora de sustancias tóxicas? Las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico”[5]

La dictadura española duro casi cuarenta años, en los cuales se promovió un discurso popular, emocional, donde había palabras y un discurso a imponer y el resto de los discursos fueron expulsados y suprimidos. El lenguaje se llenó de términos repletos de imaginería popular: “ganadores y perdedores”, “buenos” españoles”, “malos españoles”, “rojos”… Una de los dramas en España ha sido el fortalecimiento de este discurso repleto de palabras encapsuladas con un único sentido que fue transmitido a varias generaciones.  Estas palabras y discursos son un obstáculo en la actualidad para hacer un duelo y seguir adelante. Esta accesibilidad a un discurso imaginario, directo, fue y sigue siendo generador de violencia.

Les propongo dos ejemplos:

La expresión “democracia regalada” que convoca al agradecimiento, a lo recogido sin esfuerzo. Hay un olvido del coste que supuso, de los silencios que conlleva, de las concesiones que hubo en la transición, de cómo diría Walter Benjamin no tener en cuenta a  los que perdieron, a las víctimas.

Otra expresión de carácter emocional es “La imagen de Franco como padre benevolente” que dulcifica la imagen de un dictador que actuó con crueldad y sadismo durante todo el tiempo que duró su mandato y en cambio es recordado por algunos sectores como un padre protector frente al comunismo.

 Pero también podemos apreciar cómo algunas palabras y símbolos van  pudiendo entrar en la cadena y abrirse a nuevas significaciones, así parece estar ocurriendo a través de los triunfos deportivos, ocurridos en el mundial de fútbol de 2010, por ejemplo, con la palabra “rojo-roja” y la bandera española en la que todos los españoles se veían representados, incluidos los participantes de la fiesta del orgullo gay en Madrid durante esos días.

Cuando la lengua se convierte en arma al servicio de un estado totalitario,  las   expresiones artísticas cobran especial importancia como una manera de articular algo de lo imposible de decir, así el arte es un elemento imprescindible para pensar lo traumático, puesto que apunta a un lugar que no puede ser verbalizado, la obra de arte se lleva a cabo desde un lugar vacío, entre la palabra y eso que no puede ser pensado; podríamos decir que la obra de arte va por delante del pensamiento y nos ayuda a franquear el horror, nos orienta en el camino de lo pensable.

Recordamos el Guernica  de Pablo Picasso, que a pesar de su título y de las circunstancias en que fue pintado, no hay ninguna referencia al bombardeo ni a la guerra civil en él, y el propio autor nunca quiso decir el motivo por el que pintó este cuadro, sí sabemos que es un cuadro simbólico que expresa el horror, lo traumático acontecido y expresado en cuerpos humanos y animales recortados, troceados, donde nos ayuda a hacer visible lo que racionalmente no podemos o no queremos ver.

Esta obra se nos presenta ante la mirada como algo que no apunta directamente al sentido, sino que requiere la interpretación del que la mira. Y consigue en el espectador una transmisión del horror bien diferente a otras expresiones como puede ser el Valle de los Caídos que a pesar de su esplendor y dimensiones, al ser contemplada promueve el taponamiento, el olvido.

Por otro lado en las dictaduras se impone un borramiento de lo particular, de la diferencia con el otro, se aboga por el interés general y lo fundamental. El individuo está al servicio del Estado y debe velar por los intereses generales antes que por los propios. Se entiende la obediencia y el sometimiento a la autoridad como ideales a seguir.

Mostramos como ejemplo el libro Así quiero ser. (El niño del nuevo Estado)[6]. Este libro es una más de las lecturas cívicas publicadas en los años 40 y como dice en su preámbulo, orientado a formar nuevos ciudadanos en las nuevas doctrinas del Estado. Se adiestra sobre cuestiones tan diversas como la nación española, los valores sociales, factores de riqueza, instituciones naturales y organización del trabajo; en ellos se definen conceptos tales como nación, estado, religión, individuo, industria, municipio o vacaciones pagadas hasta completar ochenta temas, y así por ejemplo dice “El individuo solo lo es plenamente cuando quiere lo que quiere la comunidad representada por el Estado”. En todos ellos aparece lo que llaman un “deber personal”, por ejemplo en el caso de tutela estatal dice: “Yo quiero hacerme merecedor de todos los beneficios que el Estado me concede. Sé que tiene la obligación de proporcionármelos; pero sé también que debo ser digno de ellos. ¿Cómo? Cumpliendo mis deberes. ¡Bien poco es lo que se me pide!”

Además como dice Imre Kertész, “La esencia del estado totalitario consiste precisamente en ser total, en obligar de forma continua a la confrontación o a la identificación: expropia totalmente el pensamiento, nos arranca de nuestra experiencia personal”[7].

¿Dónde queda lo subjetivo de las personas en un Estado totalitario? Apenas puede quedar algo de ellos y tendrá que ser protegido, silenciado.

Uno de los efectos es la pérdida de deseo, la pasividad, el silencio y la transmisión de una falta de responsabilidad respecto a las decisiones fundamentales de la vida que son delegadas y asumidas por otros y una sociedad que no quiere pensar, que no quiere saber, y espera que venga desde fuera la solución a sus dificultades.

Por otro lado si hay algo común en los sistemas dictatoriales es la precariedad de un tercero que venga a regular las relaciones, hay un riesgo máximo donde los ciudadanos son situados en lugar de objetos frente a un otro que actúa  como omnipotente y sádico por excelencia, ya que las personas no son respetadas ni reconocidas como tales, sino que son tratadas como objetos e instrumentos al servicio del régimen impuesto, donde las leyes se ejercen al servicio de los intereses del Estado y la arbitrariedad de los que lo dirigen.

Las dictaduras imponen una ideología, un código de conducta, una religión, una moralidad. Se rodean de un corpus científico que se impone como lo verdadero, donde hay un adoctrinamiento feroz que marca lo bueno y lo malo en polaridades sin posibilidad de salida para las personas.

La dictadura española impuso una ideología que no admitía disidencia. Propugnaba un modelo de estado y sociedad regida por unos valores con significaciones únicas. Expulsó al exilio o dio muerte al pensamiento disidente y sus representantes y se apoyó en modelos teóricos y conceptualizaciones del ser humano que justificaban sus actuaciones.

La Iglesia se hizo cargo de imponer un régimen de conducta moral para todos que obligaba a seguir la fe cristiana. Esto tuvo múltiples consecuencias, entre otras impuso y decidió los nombres propios de muchos especialmente mujeres, de ahí la proliferación de los nombres que se acompañan de María, así como todos los vinculados a la fe cristiana: Rosario, Soledad, Angustias, Virtudes, Milagros, Cruz, Fe… Y parece evidente que no es igual llevar algunos de estos nombres que llamarse Libertad por ejemplo.

Todo esto tiene consecuencias en la actualidad, basta tomar como referencia lo ocurrido en el ámbito dela Psicología, para ver como esta disciplina, toma un sesgo con la dictadura hacía modelos conductuales, deja atrás toda la influencia del pensamiento filosófico europeo y de la particularidad para abrir los brazos a concepciones supuestamente científicas pero interesadas en normalizar, homogeneizar comportamiento, patologizar lo que no está dentro de ciertos parámetros, etc.

Me gustaría destacar como ejemplo la influencia de la figura de Vallejo Nájera, psiquiatra, que con sus teorizaciones e investigaciones propuso una conceptualización de la raza (ser español), no sostenida en la biología, sino en una adquisición cultural basada en los valores de religiosidad, patriotismo y moralidad que el español debía representar. Desde esta concepción estaba justificada la segregación de padres e hijos, para evitar el contagio de lo que se denominó “el gen rojo” que podía ser curado, o al menos aplacado si los hijos de republicanos no tenían contacto con sus padres. Este modelo de pensamiento dio lugar a prácticas de higienización mental, que propugnaba la separación de los hijos de sus padres biológicos.

Recientemente ha salido a la luz pública los casos de los “niños robados”, ¿pero no es esto sino la continuación de un proceso que comenzó con la dictadura y que habla de la ausencia de sanción por parte de los poderes públicos democráticos de lo acontecido a lo largo de la dictadura?

Estas prácticas eran además realizadas bajo la bandera del buen hacer y del bien, se trataba de reeducar a los niños y evitar ser contagiados por una ideología vergonzosa y pecaminosa. Es el Estado el que somete por el bien y para el bien. ¿No resuena esto acaso con la política actual y en las decisiones políticas  presentadas para el bien de los ciudadanos y que en cambio supone un menoscabo profundo de sus derechos individuales donde las demandas de los ciudadanos no son escuchadas y son tratadas en algún lugar como esos niños rojos a los que había que reeducar, someter….?

Una característica fundamental a destacar en la actualidad española y su frágil democracia es la falta de reconocimiento oficial por el Estado del sistema dictatorial que duró casi 40 años. España puede ser un paradigma de lo que significa no hacer el duelo y quedarse en el trauma.

Así por lo menos a nivel de Estado podemos decir que España se debate entre la desmentida ("sé lo que ocurrió pero no lo creo, no fue para tanto…") y la forclusión (rechazo radical de lo ocurrido, como cuando se decía de España durante la dictadura que era una democracia orgánica).

Esta es una de las maneras posibles de hacer con el trauma, no reconocer su pasado, una huida hacia delante sin hacer un lugar a los cadáveres que ha dejado en el camino. Y por esto se hace imprescindible el valor de los testimonios de los que vivieron esta época, porque cada testimonio es único. Ellos con su relato nos acercan a un momento que está a punto de quedarse sin testigos de lo ocurrido, aunque nos quedaran sus transmisiones. El testimonio, por otro lado, es una de las maneras de salir de la imposición, el silencio, lo totalitario para hablar de lo subjetivo, de la vivencia y poder ir recorriendo ciertos caminos más diáfanos. Porque al ser contado deja de ser una historia llena, sin contorno, completa, sin agujeros para pasar a ser atravesado por los efectos del lenguaje, éste deja márgenes de salida para salir de lo traumático.

La subjetividad, es el ámbito que nos concierne como psicoanalistas,  pero ésta no es ajena a la historia y a la cultura de la época en que se desarrolla. Como dijimos al principio pensamos que los hechos ocurridos en la historia española y europea del siglo XX así como el ensalzamiento del discurso capitalista y científico conllevan graves riesgos para la subjetividad.

Me gustaría concluir destacando que la transmisión generacional como consecuencia de los sistemas totalitarios es el empobrecimiento de la subjetividad, la pérdida de cierto bagaje simbólico, como resultado del encuentro con lo traumático. Va a suponer un legado que tendrá que ser tramitado por las generaciones siguientes.

 Este empobrecimiento de la subjetividad se aprecia en la dificultad de la generación posterior para hacer preguntas sobre su propia historia y la historia de los padres, y que en muchas ocasiones será la siguiente, la tercera generación la que podrá empezar a hacerlas.

Al hablar de transmisión traumática estamos hablando de lo que uno no puede decir pero de lo que también el otro no puede escuchar y por ello se generan distintos velos que van desde la negación de lo ocurrido pasando por la banalización, el rechazo, etc. etc (“no fue para tanto”, hay que dejar de hablar del pasado”, etc.).

En consecuencia el pensamiento queda dañado, se puede dar una tendencia a la sumisión y la obediencia. Es fácil caer en la ética del verdugo, que actúa en nombre del Bien supremo, y donde el peso de la subjetividad cae del lado de la víctima. Escalofriante es lo que describe Hannah Arendt al hablar de Eichmann  y como éste representa al sujeto moderno capaz de participar en los hechos más terribles por mera superficialidad, por su incapacidad para pensar y juzgar y por lo tanto capaz de soportar y realizar cualquier orden.

También es fácil apreciar la posición pasiva respecto a los ideales propios de los que nada se sabe, las personas son conducidas a ciertos consumos, ciertas maneras de vivir, de afrontar la realidad sin que haya un lugar para lo particular del deseo propio.

Todo esto tiene como consecuencia una cierta melancolización, como respuesta que se manifiesta en las adicciones, conductas de riesgo, somatizaciones, etc. y que es una manera de desmentir para seguir creyendo en ese lazo sádico, perverso que nos objetaliza y que provoca la inhibición y la impotencia para plantear alternativas como dice Mirta Goldstein.

Por eso creemos que se hace imprescindible la apertura de espacios como este libro que no nos conduzcan a sentencias restrictivas, generalizadas, normalizadas, sino lugares que permitan abrir preguntas, y ayudar a rastrear a cada sujeto los significantes de su historia que puedan acercarle a su verdad y a su compromiso ético con lo que ocurre en su cultura.

Ángeles Palacio

Psicóloga-Psicoanalista


[1] S. Freud: Obras Completas. Vol XXII. 31 Conferencia. La descomposición  de la personalidad psíquica. Amorrortu, Buenos Aires, 1993, Pág. 62

[2] Mirta Goldstein: Xenofobias, terror y violencia. Erótica de la crueldad. Lugar. Editorial. Buenos Aires, 2006. Pág. 38.

[3] Lacan, Jaques.  El seminario I. Los escritos técnicos de Freud. Paidós, 1995.

[4] Comp. Martín Böhmer, Rodolgo Moguillansky y Rogelio Rimoldi: ¿Por qué el mal? Teseo, Buenos Aires 2010.

[5] Víctor Klemperer, LTI. La Lengua del Tercer Reich, Minúscula, Barcelona, 2007, Pág. 31.

[6] H.S.R. Así quiero ser. Talleres dela Casa Editora. Burgos. 1940.

[7] Imré Kertész: Las lengua exiliada, Taurus, 2007, Pág. 68.